martes, noviembre 15, 2016

El diario de Frida, textos que son revolución


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Las lecturas históricas que se le atribuyen a las obras de Frida y la negación de su espíritu y sus actos revolucionarios son el tema de este artículo que reivindica el compromiso de la artista contra el femicidio y la violencia de género, cuando aún no eran temas de la agenda pública.

Por Gabriela Canteros

En 1935, Frida Kalho, movilizada por las crónicas policiales de un diario amarillista, pintó la obra "Unos cuantos piquetitos", que describe con detalle el triste final de una mujer atravesada por varias incisiones de cuchillo (20 en total). El periódico en el que apareció la noticia relata el argumento de defensa del criminal ante la jueza: “ Pero solo fueron unos cuantos piquetitos!”.
La historia del arte se ha encargado de describir el cuadro en cuestión como un hecho de violencia simbólica, el cual le sirvió a Frida para sublimar su propia angustia, pues el cuadro fue pintado después de que descubriera a su hermana Cristina con su esposo, el pintor Diego Rivera, en una especie de enredo sentimental (en la cama).
Frida no solo fue la esposa de Diego Rivera, era también la compañera revolucionaria; muchos quieren recordarla como un icono del surrealismo latinoamericano, sin embargo la pintura de Frida no representaba la insoportable levedad del ser, el inconsciente. Su obra está directamente emparentada con las causas sociales y culturales de su país, de Latinoamérica y del mundo. Cuando Frida se representa a sí misma con diferentes atuendos folclóricos celebra su nacionalismo y abraza las causas populares. Durante su estadía en EEUU (durante un trabajo de su esposo Diego Rivera) pinta "Mi vestido está colgando allí", haciendo referencia a su vestido en medio de la gran manzana, en medio de edificios, inodoros, polución; aunque es más fácil realizar un análisis de pesadilla y atribuirle lecturas freudianas, ese vestido es México, el México de Frida, colgando sobre el capitalismo y sus escenarios de falso desarrollo.
Cuando se dibuja en corsé, Frida expresa el sometimiento del cuerpo y el alma femenina a un espacio restringido de acciones, y es ahí cuando expresa su feminismo; cuando envuelve en un abrazo y besa a Chavela Vargas abraza la causa revolucionaria.
Frida no es una postal para una puerta de adolescentes, su obra es un mandato de continuidad, una inspiración para la abolición del machismo. Frida es la víctima y la mujer renacida de su propia tragedia, a través de ellas se dibujan las causas de las mujeres mexicanas y latinoamericanas.
Sus obras atribuladas por los fallidos intentos de ser madre son también otros de los grandes paradigmas donde la historia ha colocado a la mujer, sentenciando a miles de mujeres que no pueden ser madres a una angustia existencial; sentencia de cárcel burguesa que prevalece en las estructuras del capitalismo tardío.
Si pensamos en Frida como una estampa del folclore mexicano, como una surrealista, como una mujer individualista retraída en sus pensamientos y en su ego, si creemos que el título de Frida fue ser "la mujer de", si no vemos en sus obras el clamor de un sector que exige liberación, si no percibimos en sus obras la batalla cultural del feminismo hecho arte, su autorretrato vestida de hombre como su máximo manifiesto de revancha a una sociedad que la ha asimilado a un espacio y a un rol caduco, entonces el liberalismo y sus publicidades de folletería han triunfado, y la batalla cultural ha perdido la guerra contra la historia liberal del arte y la cultura en general.
Todo este caudal de posiciones políticas, sociales y revolucionarias se pueden leer a través de su diario íntimo, el Diario de Frida Kalho, un texto que es revolución femenina a través de la fusión de expresiones escritas y pictóricas.

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